Panamá: aprendiendo a ser globales. Por Guillermo Castro Herrera
Durante la mayor parte del siglo XX, Panamá proporcionó un importante servicio a la economía norteamericana al facilitar los vínculos entre sus mercados del Pacífico y el Atlántico a través del Canal de Panamá, administrado hasta 1999 como una empresa pública del gobierno de los Estados Unidos. De entonces acá, la incorporación del Canal a la economía interna del país como consecuencia de la ejecución del Tratado Torrijos - Carter, aceleró por un lado el desarrollo del capitalismo en todo el país, y abrió paso al desarrollo de una Plataforma de Servicios Globales, que vincula la región de Asia Pacífico con el Atlántico americano, desde Canadá y los Estados Unidos hasta Venezuela, Brasil y Argentina.
Hoy, esa plataforma – cuyos orígenes se remontan a mediados del siglo XIX - comprende uncomplejo de transporte multimodal, que incluye el ferrocarril de Panamá, en operación desde 1855; el Canal de Panamá, en operación desde 1914, recientemente ampliado mediante una inversión de 5250; los puertos de Balboa, Cristóbal y Manzanillo, en las entradas Pacífica y Atlántica del Canal, en operación desde la década de 1990; el centro regional de transporte aéreo de Tocumen, en operación desde la década de 1990, y la autopista Panamá – Colón, inaugurada en 2009. A esto cabe agregar, además, un complejo de servicios comerciales de importación y reexportación, la Zona Libre de Colón, en operación desde 1948; un Centro Financiero Internacional, en operación desde 1970; un centro de servicios de apoyo a la gestión del conocimiento, en operación en la Ciudad del Saber desde 1999; un centro regional de organismos de las Naciones Unidas, en operación desde 2002; el centro de servicios logísticos Panamá Pacífico, en operación y un centro regional de sedes de corporaciones transnacionales, ambos en desarrollo desde 2007.
Si bien este modelo de desarrollo ha tenido un singular éxito inicial, el país carece aún de una verdadera visión de conjunto del mismo, y de los desafíos que plantea a la sociedad entera. En efecto, el desarrollo de la plataforma de servicios globales no es el resultado de un mero proceso de acumulación de componentes, sino y sobre todo de las nuevas relaciones que se establecen entre los elementos que la integran, y entre éstos y el mercado mundial. En ese proceso, pierden importancia – absoluta o relativa – entidades y actividades que fueron relevantes en períodos anteriores, como la Zona Libre de Colón, o los servicios de abanderamiento de naves y de creación de empresas de ultramar, a partir de legislación creada en la década de 1920. Al propio tiempo, ganan en importancia servicios más directamente ligados al capital productivo, como los de logística y transporte, y los de desarrollo de los medios técnicos que esos servicios requieren, como las Tecnologías de la Información y las Telecomunicaciones y las del transporte.
Por otra parte, el desarrollo de la plataforma de servicios globales debe encarar riesgos que están más allá de sus actividades inmediatas. Tal es el caso de la demanda de las condiciones ambientales que requiere ese desarrollo, como ocurre por ejemplo en lo relativo al agua, la energía, la gestión de desechos, la contaminación y el flujo del transporte terrestre de mercancías y trabajadores. Tal es, también, el caso de las condiciones sociales relativas a la educación, la salud, la salud y las condiciones de vida de los trabajadores de cuya labor dependen los servicios que la plataforma ofrece.
Garantizar la competitividad y el desarrollo futuro de la plataforma de servicios globales, requiere de modificaciones sustanciales en la gestión del desarrollo general del país. Esas modificaciones, a su vez, dependen de una transformación de la gestión pública, que culmine el proceso de reforma del Estado iniciado a fines de la década de 1990 de modo que del mismo resulten una institucionalidad y una cultura ciudadana correspondientes a las nuevas modalidades de desarrollo de la economía interna, y el nuevo lugar que ocupa el país en la economía global.
Panamá, sin embargo, ha ingresado a esta nueva etapa de su historia en condiciones de creciente retraso institucional, cultural y político. Esto hace necesario abrir a debate lo relativo a la formación y las transformaciones en curso en la plataforma de servicios globales de Panamá, y al papel de la misma en el desarrollo integral del país en los años por venir.
Este debate no puede ser meramente económico, ni centrarse únicamente en los problemas del corredor interoceánico. Por el contrario, debe examinar las relaciones entre ese corredor y el resto del país, por un lado y, por el otro, entre el país y la economía global – por ejemplo, en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2015 – 2030 -, en sus dimensiones económica, social, política y ambiental.
A esto cabría agregar, en lo que a Panamá respecta, que el desarrollo de la Plataforma de Servicios Globales en una economía de mercado cada vez más abierta ha convertido en obsoletas (y cada vez más riesgosas) actividades que antes eran pilares de una economía de servicios que parasitaba a un Canal ajeno. Tales son casos como los de la Zona Libre de Colón (en su origen, un enclave dentro de un enclave dentro de un enclave), el abanderamiento de naves y el negocio de las empresas de ultramar.
Así, esas actividades han venido generando crecientes problemas a la inserción del país en la economía global, en la medida en que contribuyen a la evasión fiscal en terceros países para los que ese delito se va convirtiendo en un asunto de vida o muerte para encarar la crisis fiscal que aqueja a la economía de ese país. En el caso de los Estados Unidos, por ejemplo, de esa recaudación fiscal depende la capacidad de asegurar el subsidio masivo al complejo militar-industrial – que ya es el sector más dinámico de esa economía -, como depende el servicio a la deuda externa norteamericana, entre cuyos principales acreedores se encuentra la República Popular China.
Para el capitalismo panameño se viene encima la hora de poner en orden los componentes realmente innovadores de la Plataforma de Servicios Globales surgida a partir de la inserción del Canal en la economía interna, y la de Panamá en la economía global. Esto es imprescindible para abrir paso a una etapa nueva en el desarrollo económico del país, sobre todo si se desea que esté sustentado en la innovación para el fomento de las ventajas competitivas del Istmo en su conjunto, y no ya en la mera expoliación de las ventajas comparativas del viejo corredor interoceánico.
Nada de esto, sin embargo, puede lograrse sin encarar al propio tiempo la necesidad de atender problemas que van desde la transformación del viejo Estado transitista en otro que sea realmente adecuado para promover el desarrollo integral del país, hasta la superación de las contradicciones entre la organización natural del territorio y la organización territorial de la economía y el Estado, gestadas a lo largo de cuatro siglos de subordinación del país entero al tránsito de mercancias, capitales y personas por un único Corredor Interoceánico. Se trata, en otros términos, de abrir cauce al despliegue de todas las capacidades humanas en todas las regiones del país, pasando de una relación tradicional de subsidio a las necesidades del Corredor Interoceánico a otra, mucho más solidaria, que incremente la competitividad del país en la economía global y fomente un desarrollo realmente inclusivo y sostenible.
No encarar este desafío abrirá paso a un prolongado proceso de inestabilidad e incertidumbre, sobre todo en la ausencia de sectores sociales organizados que estén en capacidad de proponer otros términos para que nuestra sociedad navegue por la transición a la que ingresó con la entrada en vigencia del Tratado Torrijos Carter en 1979, que ha entrado en una nueva fase de paroxismo, y que dista mucho de haber concluido. No hay manera ya de mantener cerrado el paso a las transformaciones que el país demanda, y que dará de sí el liderazgo que esas transformaciones requieren. Aquí se comprobará, una vez más, la certeza de aquel decir campesino que el General Omar Torrijos gustaba de citar: en política no hay sopresas, sino sorprendidos.
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