Nota sobre los escándalos de anteayer y de ayer. Por: Guillermo Castro Herrera
Múltiples factores sugieren la lucha de las autoridades norteamericanas contra la evasión fiscal está asociada tanto a la necesidad de asegurar el subsidio masivo al complejo militar-industrial, el más dinámico de esa economía, como al manejo de la deuda pública de aquel país, de lejos la mayor del mundo.
El subsidio a la industria militar es imprescindible, en la medida en que el propósito de los bienes que produce no es la creación de nuevo valor, sino la destrucción de valor creado por otros sectores de la economía global.
La deuda pública norteamericana, por su parte, ha dejado de ser un problema meramente económico - financiero para convertirse en uno geopolítico, en la medida en que otras potencias - como la China comunista - han venido a convertirse en acreedores del Estado norteamericano.
En estas circunstancias, el control adicional sobre centros periféricos en la retaguardia latinoamericana es un valor agregado, para utilizar la expresión puesta de moda por el neoliberalismo triunfante.
A esto cabría agregar, en lo que a Panamá respecta, que el desarrollo de la Plataforma de Servicios Globales en una economía de mercado cada vez más abierta ha convertido en obsoletas (y cada vez más riesgosas) actividades que antes eran pilares de una economía de servicios que parasitaba a un Canal ajeno.
Tales son casos como los de la Zona Libre de Colón (en su origen, un enclave dentro de un enclave dentro de un enclave), el abanderamiento de naves y el negocio de las empresas de ultramar.
Para el capitalismo panameño se viene encima la hora de poner en orden los componentes realmente innovadores de la Plataforma de Servicios Globales surgida a partir de la inserción del Canal en la economía interna, y la de Panamá en la economía global.
Esto es imprescindible para abrir paso a una etapa nueva en el desarrollo económico del país, sobre todo si se desea que ese desarrollo esté sustentado en la innovación para el fomento de las ventajas competitivas del Istmo en su conjunto, y no ya en la mera expoliación de las ventajas comparativas del viejo corredor interoceánico.
No encarar este desafío abrirá paso a un prolongado proceso de inestabilidad e incertidumbre, sobre todo en la ausencia de sectores sociales organizados que estén en capacidad de proponer otros términos para que nuestra sociedad navegue por la transición a la que ingresó con la entrada en vigencia del Tratado Torrijos Carter en 1979, que ha entrado en una nueva fase de paroxismo, y que dista mucho de haber concluido.
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