La crisis brasileña. Por Olmedo Beluche
En Brasil hay se está produciendo un golpe de
estado bajo la figura de una investigación parlamentaria. Se pretende destituir
a la presidenta legítimamente electa de ese país, Dilma Rousseff, con
argumentos falaces para sacar al Partido de los Trabajadores del gobierno, e
imponer al vicepresidente, Michel Temer, del partido derechista PMDB.
Es un golpe parlamentario similar al que se
hizo contra Fernando Lugo del Paraguay hace unos años. Hay que repudiar ese
atentado contra la democracia brasileña y latinoamericana. La oposición de
derecha, que pedió las elecciones, pretende burlarse de más de 50 millones de
brasileños que votaron por Dilma y quedarse con el poder sin que medie ninguna
consulta popular.
La presidenta Dilma Rousseff NO está acusada
en la investigación de corrupción llamada "Lava Jato", ni de cometer
peculado. La absurda acusación con la que se la pretende destituir es la de
haber hecho algo usual para sus predecesores y para muchos gobiernos en el
continente: hacer traslados de partidas para cuadrar el presupuesto.
La investigación de la procuraduría federal
denominada "Lava Jato" sí recabó evidencias de un desfalco
multimillonario contra la empresa estatal de petróleo, Petrobras, del que la
principal beneficiaria era la empresa Odebrecht. Esta empresa pagó coimas
("propinas") a funcionarios corruptos del P.T., pero también a otros
de los partidos PMDB y Progresista.
Así mismo ha salido a la luz el cobro de
coimas por más de 5 millones de dólares, por el presidente del Senado, uno de
los acusadores de Dima, el ultraderechista Eduardo Cunha. Otras investigaciones
han destapado anomalías en la gobernación de San Pablo, controlada por el PSDB.
También las investigaciones muestran una relación estrecha entre Lula y la
empresa Odebrecht, que le pagaba por conferencias en el extranjero. Pero Lula
dice que muchos ex presidentes de otros países también cobran por dictar
conferencias. No parece haber un problema legal, aunque para el movimiento sindical
de donde proviene, sí puede haber un problema ético - político.
Todos los grandes partidos brasileños están
involucrados de una u otra forma en casos de corrupción, no solo el PT como
quieren hacer ver los medios de comunicación. Mal puede un Congreso
cuestionable y corrupto juzgar a la presidenta, destituirla y reemplazarla por
un sujeto que no fue electo por el pueblo y cuyo partido también está acusado
de corrupción. Por eso muchos sectores sostienen que, quien debe decidir es el
pueblo y no el Congreso, ya sea con un referéndum revocatorio, nuevas
elecciones o una asamblea constituyente popular.
Brasil está dividido en dos: un sector,
especialmente la clase media y alta, que apoya a la derecha y el golpe
parlamentario; y los pobres y trabajadores que defienden la democracia. Ha
habido grandes movilizaciones de ambos bandos, aunque los medios sólo dieron
despliegue a las manifestaciones de la derecha.
Lo que prueba la corrupción generalizada en la
política brasileña, y que es la punta del iceberg de lo que pasa en el
continente, es que la madre de la corrupción es el propio sistema político que
se basa en millones gastados en publicidad necesarios para ganar las
elecciones, y que van a parar en buena parte a los medios de comunicación de
masas. Ese sistema que no se basa en programas, ni méritos, sino en la plata,
es el que abre la puerta a relaciones pecaminosas entre políticos y empresas
como Odebrecht.
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