Poder seductor / Jorge Sarsaneda del Cid
La sed de justicia de
los últimos días y, sobre todo, la condena del señor Moncada, nos ha dejado
muchas reflexiones. Quiero plantear algunas.
¿Qué es lo que lleva a
la gente a tratar de saciar esa extraña “sed” de dinero, poder, influencias,
riquezas abundantes? ¿Qué es lo que hace que muchos, supuestamente buenos
funcionarios, caigan en la telaraña de ese afán de poder? ¿Dónde está su
atractivo?
Primero creo que hay
que hacer una diferencia entre poder “opresor” y poder “seductor”. El
primero es el que ha usado el “ejército” panameño (léase senafront) contra los
indígenas y los colonenses. O el que usa el suavemente llamado grupo de
“control de multitudes”, con sus gases, sus pimientas, sus macanas, sus
groserías contra gente indefensa. O es el que nos roba burdamente, como lo
estamos comprobando con los Martinelli, Guardia, Ferrufino, Moncada y demás
panda de ladrones.
El segundo es más
sutil: es el que se usa para llevar a la gente a votar por la pandilla de
inútiles que engrosa las filas de la Asamblea Nacional; es el que nos hace
consumir cosas que ni necesitamos ni nos hacen bien; es el que nos enseña a
“jugar vivo” y burlarnos de los que no lo hacen; es el que nos lleva a la
corrupción y a disfrazarla de “buenas prácticas”; es el que nos hace pervertir
todo y cambiar el nombre de ministro (=servidor) por el de aprovechador, el de
magistrado por el de embaucador y el de mandatario por el de explotador.
Ese poder “seductor”
nos hace daño, nos ha hecho daño y nos seguirá haciendo daño si no buscamos
cómo detenerlo.
Me dirán: ‘médico,
cúrate a ti mismo’. Y tienen razón. La iglesia católica no escapa de esto.
Me explico. En el Derecho Canónico (que rige en la iglesia) existe un canon (el
331) que dice así: “El Obispo de la Iglesia Romana… tiene, en virtud de su
función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y
universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente”. Es
decir, que le estamos dando a una persona (caso único en el mundo actual,
quizás sólo comparable a Corea del Norte) todo el poder para ser juez y parte,
para decidir todo sin que nadie pueda decir nada.
Es un caso extremo de
entrega de poder (de nuestra libertad, de nuestras personas, de nuestras
decisiones) en las manos de una persona.Eso no es el Evangelio de Jesucristo.
Eso no es lo que El vino a enseñar. “Ustedes han visto que los dueños de las
naciones las oprimen. No sea así entre ustedes. Que el primero sea el servidor
de todos”, reza el Evangelio.
¿Entonces? ¿De qué se
trata? ¿Dónde está la raíz del asunto? Que entregamos nuestra libertad,
nuestra capacidad de pensar y decidir en manos de otras personas. He ahí
el origen de ese poder seductor que es el que más daño hace. El poder opresor
se puede controlar, ¿pero éste?
En la medida en que
dejemos en manos de otros –por las razones que sean, espirituales, sicológicas,
económicas, sociales, culturales, políticas- nuestras decisiones, en esa medida,
seremos aplastados por ese poder seductor. Llamémosles sindicatos,
organizaciones, corporaciones, sociedades, grupos estudiantiles, frentes, como
sea, pero tenemos que organizarnos y ser conscientes de ese poder y
hacerle frente. No hay otro camino.
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