Hacia una crítica a la “nueva normalidad”. Por: Abdiel Rodríguez Reyes
Estamos
pasando por uno de los peores momentos de la historia reciente. Una pandemia
producida por un virus que colonizó todos los ámbitos de nuestras vidas. De
antemano decimos que la normalidad en sí ya era un problema. Como alternativa
desde arriba, los grupos de poder económicos y el Gobierno, han propuesto una
“nueva normalidad”. Esto lo ponemos bajo sospecha.
La normalidad ya era el problema: es el orden vigente. La
estrella de este Gobierno no parece brillar y cada vez es peor, recortes a la
educación superior, no se invierte el 6% del PIB de educación y poco en
ciencias. La pandemia no trajo las desigualdades, ya las arrastrábamos hace
décadas, ahora están sobre la mesa. Un porcentaje alto de estudiantes del
sistema educativo no tiene acceso al internet para sus clases virtuales. Las
feministas recientemente han señalado algunos aspectos de la normalidad en la
cual ellas son las afectadas, por eso alzan la voz, en el performance “ollas
vacías” denunciaron violaciones y femicidios, eso es la normalidad a la cual están
expuestas. La normalidad no es natural, sino el resultado de imposiciones
históricas.
La “nueva normalidad” no pone en cuestión a la normalidad.
La reafirma y la reproduce. Incluso es peor: flexibilización laboral, más endeudamiento
público e implementación de más dispositivos biopolíticos. Esto es precisamente
lo que queremos poner bajo sospecha. Si regularizamos este neologismo “nueva
normalidad” como lo hacen los grandes medios, el Gobierno y los grupos de poder
económicos, estaríamos aceptando que esa es la solución y en consecuencia nos
tendríamos que resignar. Diría Giorgio Agamben a la aplicación del “estado de
excepción” global sin objeción, lo cual preocupa aún más.
La “nueva normalidad” es una forma de neolengua. Nadie la
define, pero significa muchas cosas. Si
nos suspenden el contrato, si nos recortan la jornada laboral, si nos confinan
en nuestras casas, si aumenta la deuda pública, si nos gestionan nuestras vidas
de determinadas formas, disciplinando nuestros cuerpos, si nos distancian físicamente
unos de otros, allende de nuestras garantías constitucionales, todo es la “nueva
normalidad”.
La neolengua es parte de la policía del pensamiento, en la
que, al dominar la forma de hablar también dominamos el pensamiento y nuestras
acciones. No es que pase lo mismo descrito por George Orwell — él mismo lo
señaló — en su novela distópica 1984, pero si puede darse algo
semejante. No estamos lejos de esa realidad. La “nueva normalidad” es sin duda
un eufemismo, no es ninguna alternativa, es parte del problema. Con un Gobierno
sin liderazgo para navegar en las agitadas aguas de una pandemia y los grupos
de poder económicos lógicamente pensando en sus intereses, la alternativa tiene
que venir desde abajo.
La alternativa es lo contrario a la normalidad y la “nueva
normalidad”, es la “anormalidad” (como dirían Ari Sitas, Sumangala Damadoran,
Wiebke Keim, Nicos Trimikliniotis) o, como diría Amador Fernández-Savater:
“estar raros” ante ese eufemismo. Debemos ser anormales y estar raros ante el
orden vigente. María Galindo nos dice que la “nueva normalidad” es la vieja
sumisión. Ponemos bajo sospecha a la “nueva normalidad”. Esta crisis es también
la oportunidad para transformar las cosas, no desde arriba que nos imponen más
de lo mismo, sino desde abajo.
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