Una mala estrella: el SARS-CoV-2 Por: Abdiel Rodríguez Reyes[1]
Estamos en medio de un desastre global.
Muchos de nuestros supuestos se deshacen en el aire. No sabemos cómo acabar con
esta pandemia producida por el SARS-CoV-2. La humanidad se encuentra ante
la disyuntiva de si la vida o el capital. Nuestro horizonte utópico es
superponer la vida. En este momento no parece posible ni la desaparición del capitalismo,
ni el surgimiento de “una sociedad alternativa” (como diría Slavoj Zizek[2]) a
la vuelta de la esquina.
En el mundo moderno, el de las grandes ciudades globales,
no se podría vivir sin transacciones mercantiles. Pedirle solidaridad al capitalismo
aún en estas circunstancias, es como pedirle a un tigre que sea vegetariano,
pero puede que el tigre acaricie la gacela antes de comérsela. Así que, si
queremos superponer la vida al capitalismo, entonces, el objetivo
estratégico post pandemia es organizarnos en torno a la ella, aunque las señales de hoy no sean
alentadoras.
Enrique Dussel propugna una Ética de la Vida[3], sintetizó este
criterio en un reciente artículo[4] criticando
a la modernidad “que postula al cuerpo como a la naturaleza como “una «cosa
extensa» (res extensa); es decir, una realidad cuantitativa, no teniendo
importancia la cualidad y la vida”. Bruno Latour, por su parte, considera que
“la modernidad está acabada” y plantea como alternativa “lo que están haciendo
los ecologistas y los millones de jóvenes que practican una nueva forma de
vida, de alimentación, de comportamiento: un reasentamiento”[5]. Esto, en todo caso, no es nuevo, al
final de cuentas tenemos que recurrir a experiencias de equilibrio entre la naturaleza
y la especie humana.
Dussel nos advierte sobre los derroteros desconocidos de
esta pandemia “nunca experimentado antes y de manera tan
globalizada”. Tras la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano nunca habíamos
estado tan interconectados, aunque ahora por un virus sin cura aún. Esta
experiencia nos exige “mostrar el fracaso del neoliberalismo (del «Estado
mínimo», que deja en manos del mercado y el capital privado la salud del pueblo)”, ahora estamos pagando esas consecuencias, además evidenciar que los estados con un
sistema de salud pública eficiente son mejores herramientas para encarar esta
pandemia que los privados, ampliamente defendidos por el neoliberalismo.
Los núcleos urbanos (en particular occidentales) con
mayor conectividad son aquellos que tienen más contagios, es decir, los países
globalizados en ese devenir “producido por las interacciones” (como diría Roberto
Ayala[6])
son los focos de contagios. En ese sentido, señala el pensador coreano radicado
en Alemania Byung-Chul Han la necesidad (añado epidemiológica) de
“proteger al mundo de Europa”, y también de Estados Unidos. En Centroamérica el
foco sería el hub de Panamá.
En estos países occidentales prevalece la “protección de
datos” y la “esfera privada”, los valores por excelencia como la libertad parecen
no compaginar con las medidas cuasi totalitarias[7]
para la supresión[8] del virus, al punto que,
en medio de la pandemia muchos de estos países optaron por medidas biopolíticas
(aislamiento y movilidad reducida). En cambio, en algunos países de Asia, dice
Han, prevalece una “mentalidad autoritaria” la cual permitió medidas drásticas
de vigilancia y control, propias para la supresión del virus. Aferrados a la
libertad y en otros casos a la insensatez, en Occidente y la periferia estamos
viviendo la contradicción de querer suprimir el virus sin perder nuestras
garantías fundamentales.
Los países europeos (y Estados Unidos) con mayor
conectividad (Italia, España, Francia, Inglaterra p ej.) que parecían tenerlo
todo organizado (bajo la lógica del mercado) e incluso sus ciudades eran
modélicas, colapsaron. Con la excepción de Alemania con una tasa de mortalidad
baja y una tasa recuperación alta. Estamos en un momento de “oscuridad”, sin
ninguna certeza, solo aquella en la que la muerte puede estar en la puerta de la
casa, en algún pasillo o balcón; la intensa luz de las ideas y el desarrollo
científico de Occidente no vio el “sol negro” que se posaba sobre los frágiles
cuerpos, al decir de Roger Bartra[9].
Europa y Estados Unidos no ven la luz ante el inminente desastre producido por
esta pandemia. La misma suerte corrió la periferia que le siguió el paso. Quizá
tengamos que buscar luces en otra parte.
Ante el escenario dantesco de no tener las herramientas
sanitarias para una respuesta a los convalecientes, el capitalismo aún
se erige como el dios supremo por encima de la vida. Incluso se le
debe respetar su “independencia”. Franz Hinkelammert[10], lo dijo muy claro: “el capitalismo desde el principio es
asesino […] es el nuevo fetiche que aún sometemos a crítica, se remonta a
los indígenas cuando decían: “El oro es el Dios de los españoles”. En el siglo
XXI, este dios es cada vez más omnipresente, más omnisapiente, más global.
Así, convertido en un fetiche — con el todo, sin el nada — se presenta ante la
humanidad entera como la salvación.
Al plantearnos la disyuntiva de si la vida o el capital,
nos apoyamos en las evidencias que este desastre nos pone ante nuestros ojos. A
esto apunta David Pavón-Cuéllar cuando dice “morir por falta de
infraestructura, insumos y recursos humanos en el sistema de salud pública
diezmados por años de políticas neoliberales en todo el mundo”, es el resultado
de superponer el capital a la vida, creando un “gigantesco laboratorio de
muerte en que el mundo se ha convertido”[11].
Para Dussel, “la ética se funda en el primer principio
absoluto y universal: el de afirmar la Vida en general”. Tal es nuestro
horizonte utópico, ante una circunstancia en que todo parece una distopía (al mejor
estilo de Orwell o Huxley), y una realidad que — post pandemia — puede derivar en un caos en todos los ámbitos de
nuestras vidas. Es la oportunidad para un nuevo
contrato social. Como es un virus nuevo y “despiadado” como lo califica
Chen Wei, no tenemos certeza de ningún tipo. Debemos dudar de cándidas respuestas,
solo nos queda la “prudencia” como “virtud” necesaria para encarar con
coherencia esta pandemia a partir de nuestras propias experiencias de vida.
8 de abril de 2020
[1] Profesor de Filosofía en la Universidad
de Panamá.
[2] Las citas de Zizek y Han son de La
sopa de Wuhan. También tómese en cuenta las críticas a este libro,
véase Sobre la portada “Sopa de Wuahn”: comunicado para ASPO
(Editorial) y Pablo Amadeo.
[3] Véase Ética de la liberación en la
edad de la globalización y de la exclusión (Trotta, 2009), en
particular el Capítulo I del epígrafe 57 al 113.
[4] Cuando la naturaleza jaquea la orgullosa
modernidad de Enrique Dussel [Véase en línea] Acceso en: https://www.jornada.com.mx/2020/04/04/opinion/008a1pol [Último acceso: 04 abril 2020].
[5] La modernidad está acabada, entrevista a Bruno Latour [Véase en línea]
Acceso en: https://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2019/02/19/5c653bb6fc6c8374038b45dc.html [Último acceso: 03 abril 2020].
[7] De hecho, en un artículo en The New
York Times, al politólogo Kevin Casas Z. (IDEA internacional, con sede en
Estocolmo) le preocupa el autoritarismo. [Véase en línea] Acceso en: https://www.nytimes.com/es/2020/04/06/espanol/opinion/coronavirus-democracia.html
[Último acceso: 07 abril 2020].
[8] Tomas Pueyo escribió dos artículos
interesantes en Medium, el 10 de marzo
Por qué debemos actuar ya, y el 22 de
marzo El Martillo y la Danza. Desde el
primer artículo el planteó el “aislamiento” como una medida para “reducir su impacto”.
En el segundo enfatiza en la supresión
para achatar la curva, es necesario contener el virus lo más posible hasta encontrar
una vacuna. Y en ese descubrimiento se disputa la hegemonía global.
[11] Políticas
del coronavirus de David Pavón-Cuéllar [Véase en línea]
Acceso en: https://revolucion.news/politicas-del-coronavirus/ [Último
acceso: 03 abril 2020].
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