El hombre estético. Por Alberto Valdés Tola


En un artículo anterior intitulado Sobre el sentido de la vida en el siglo XXI se trató de problematizar cómo la ideología de la sociedad de consumo afecta en muchos sentidos nuestras decisiones y pensamientos como humanidad; no obstante, queda por desvelar qué tipo de hombre genera esta racionalidad consumista.
Antropológicamente hablando, el concepto de hombre ha sufrido muchísimas permutaciones significativas a través del tiempo, que van desde una concepción estática, en las que los seres humanos al considerarse humildes creaciones de la divinidad (llámese Zeus, Alá o, Jehová, etc.) se encuentran enmarcados, existencialmente, a los caprichos de y deseos de esta entidad suprahumana; de esta forma, para esta idea de hombre los seres humanos no tienen ninguna injerencia en sus vidas y, en su destino como especie; esta manera de percibir a la humanidad era característica de la antigüedad y de la Edad Media. Posteriormente, en la alta Edad Media y, principalmente, en el Renacimiento, la idea de hombre cambia sustancialmente, al punto de constituir una visión dinámica, en la que los seres humanos se constituyen en artífices de su propio destino.
 Ahora bien, esta visión antropocéntrica del hombre, en donde este se entiende como centro del universo, será la piedra angular de la modernidad y, por ende, de corrientes de pensamiento vinculadas con el progreso y la Ilustración; las cuales sostienen, en términos muy reduccionistas, que el hombre no solo es el arquitecto de su existencia como especie, sino que además, tiene la obligación moral de mejorarla y hacerla trascender de generación en generación.
Lamentablemente, este destino manifiesto de la humanidad como especie sufrió muchas variaciones a través del tiempo, hasta ser casi reemplazado por una suerte de nihilismo existencial en el siglo XIX y primera mitad del XX; así, en esta concepción de hombre, este no tiene ningún propósito claro, sino que en cambio, los seres humanos se entienden como artífices de su existencia individual; toda noción de especie y colectivismo aparece suprimida y sustituida por una suerte de egocentrismo, en donde el hombre como individuo, no como humanidad, se comprende como principio y fin. De esta forma, este nihilismo existencial ha reforzado aspectos individualistas como el hedonismo, el deseo y el narcisismo; en detrimento de nociones como la solidaridad, el respeto, la tolerancia, etc.; todas estas virtudes, indispensables para alcanzar el denominado progreso de la humanidad.
De esta forma, no es aventurado sostener que este nihilismo existencial no solo generó una transmutación de los valores, en términos nietzscheanos, en cuanto a la concepción de hombre (la cual, debe decirse, se encuentra a su vez muy lejos de la voluntad de poder sugerida por Nietzsche, la cual consistía en empoderar a los seres humanos, en miras de que superaran la superstición y se encumbraran como creadores de su propia existencia); sino que además, creó las bases ideológicas para la sociedad de consumo.
En este sentido, la sociedad de consumo más allá de solo proponer el consumismo como único medio de cohesión social, para un mundo individualizado por las premisas del nihilismo existencial; constituye a su vez una nueva idea de hombre, en donde este se presenta no solo como un homo consumens, sino como un homo steticus. Ahora bien, este hombre estético tiene por característica fundamental, la estructuración de su existencia a una suerte de estadio estético (en términos de Kierkegaard), en donde lo ético y moral que conformaba el propósito loable de la humanidad y su trascendencia como especie, se anula completamente para dar paso a la superficialidad, el azar y la brevedad como única guía comprensible para las acciones y pensamientos de los hombres.
En este orden de cosas, el hombre estético no busca la trascendencia de la especie y, menos aún, la inclusión total de la humanidad bajo una única idea de hombre; sino en cambio, la división infinita de deseos y prejuicios; lo que ha venido a llamar multiplicidad de identidades, en lugar de subsumir a estas últimas con sus diferencias en un mismo proyecto humano.
Así, el hombre estético corresponde perfectamente a la sociedad de consumo, ya que no solo divide toda posible idea colectiva de hombre, sino que además, propicia la decadente concepción de que la humanidad, como noción antropológica y sociológica no es posible. En este sentido, entendamos que el hombre estético, como concepción existencial de la vida, no solo propiciaría el desvanecimiento de los ideales más caros de la modernidad, sino que también inaugura una posmodernidad incierta; cuyas características, muy bien pudieran sugerir, una nueva edad de oscuridad para la humanidad

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