El Fondo Monetario Internacional y los fariseos locales. Juan Jované


Una vez conocidas las intenciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) de presionar por un incremento de la edad de jubilación en Panamá, la que, además, sería acompañada de una equiparación de la misma entre hombres y mujeres, ha surgido un conjunto de voces que, dotadas de un alto nivel de desconocimiento e hipocresía, se han levantado para respaldar las pretensiones de este organismo multilateral. La razón fundamental que los mismos aducen, como lo han hecho en otras ocasiones, es la del aumento de la llamada esperanza de vida. Se trata de un argumento que carece de precisión en muchos aspectos.
El carácter fariseo del argumento de los defensores oficiosos del FMI se observa en el hecho de que, pese a que la mayoría participaron en la elaboración y aprobación de la Ley 51 de 27 de diciembre, los mismos no son capaces de reconocer que la base del problema que se viene discutiendo se da, como es conocido, por el hecho de que dicha ley rompió con la necesaria cadena de solidaridad intergeneracional, dejando en el desamparo a prácticamente todos aquellos que iniciaron su vida laboral antes del 2008. Sin embargo, este no es el único problema de este grupo de defensores de las llamadas reformas paramétricas.
En efecto, su argumento, realizado desde la visión de los sectores económicos dominantes, omiten de manera consciente una realidad innegable: las notables diferencias existentes en la esperanza de vida entre diversos sectores.
Estas, si bien es cierto que las estadísticas panameñas no se esfuerzan por registrarlas, son ampliamente conocidas en la literatura existente a nivel internacional. Algunos ejemplos de estas fuentes son útiles para comprender el problema.
De acuerdo con un artículo publicado en el 2014 por Kate Pickett y Richard Wilkinson se afirma que las estadísticas del London Health Observatory muestran que la brecha en la esperanza de vida de quienes viven en los barrios afluentes de Londres y los que muestran mayor índice de carencia es de cerca de 25 años.
Este artículo agrega que de acuerdo con el The Equality Trust Fund, las diferencias en la expectativa de vida entre estos dos grupos se elevaron en los últimos 20 años en 41% para los hombres y 73% para las mujeres.
Por su parte, un estudio de la Universidad de Chile, comentado en el diario del 24 de noviembre de 2013, concluye que las mujeres de 60 años muestran una esperanza de vida de 17 años para el caso de los estratos económicos bajos, lo que contrasta con las del estrato económico más alto que, a esa edad, tienen una esperanza de 28 años.
Estas desigualdades son, en gran medida, una expresión de las diferencias observadas en la forma de inserción laboral.
Es así que una investigación de la Office for National Statistics del Reino Unido, publicada en febrero del 2011, concluye que entre el 2002 y el 2006, la esperanza de vida en Inglaterra y Gales es casi 23% más elevada para quienes se ocupan como gerentes y profesionales, en relación con los que tienen ocupaciones calificadas de rutinarias.
Se trata, de acuerdo con algunos datos disponibles, de diferencias en expansión. En este caso vale la pena mencionar que de acuerdo con la Social Security Administration de los Estados Unidos, mientras un hombre de 60 años que se encontraba en la mitad más alta de la distribución del ingreso a principios de los años 1970 podía esperar vivir 1.2 años más que los que se ubicaban en la mitad más baja, a partir de 2001 podía verse esa diferencia elevada a 5.8 años adicionales.
En España, por su parte, estadísticas de Eurostat muestran que la esperanza de vida sana (Healty Life Years) para las mujeres de 65 años se redujo de 10.1 años en el 2007 a 8.9 en el 2010.
El aumento de la edad de jubilación es, entonces, una medida que contiene un claro y profundo sesgo de inequidad, que perjudica significativamente a los sectores más vulnerables de la sociedad.
A su vez, en el caso de las mujeres la equiparación de las edades liquida una importante conquista que responde a los diversos trabajos que hace la mujer no solo en el mercado laboral, donde opera la discriminación de género, sino también en el entorno del hogar y la comunidad sin remuneración alguna.
Estos son elementos desconocidos por quienes hoy simplemente aplauden los objetivos del FMI, considerando la solidaridad como un sentimiento inútil, que debe dar lugar a la cruda competencia individual.

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