Cultura, naturaleza y transformaciones. Por: Abdiel Rodríguez Reyes
Hemos recibido con satisfacción la
noticia de la creación del Ministerio de Cultura mediante la Ley 90 del 15
agosto de 2019. No han pasado siquiera dos meses, por lo cual no sería justo
hacer una valoración de su gestión. Sin embargo, si podemos hacer una
aproximación al concepto de cultura, su relación con la naturaleza y su papel
en la transformación de una sociedad. Si no se logran transformaciones a largo
plazo fue en vano el esfuerzo y será otra institución más (legitimadora y
propagandística) en el andamiaje burocrático del Estado. Para aproximarnos al
concepto dialogamos con Theodor Adorno y su concepción de cultura, la cual nos
lleva a las riveras del pensamiento crítico.
Para un pensamiento crítico de nuestro
tiempo
Uno de los grandes problemas de nuestra sociedad es lo que Adorno y
Horkheimer en el exilio californiano llamaron “una creciente decadencia de la
cultura teórica” (Dialéctica de la
ilustración,1947). Es palpable cierta aversión al pensar teórico y crítico,
¿Quiénes están pensando los grandes problemas, concretos, a gran escala y larga
duración (como lo proponen Jo Guldi y David Armitaje en Manifiesto por la historia, 2014)? Lo habitual es la inmediatez (el
cortoplacismo como patología de
nuestras sociedades contemporáneas) y la rentabilidad de lo políticamente
correcto. Pese al eurocentrismo de Adorno no podemos obviar sus precisiones
conceptuales.
En 1958 Adorno dictó una conferencia cuyo título fue Kultur y Culture. Allí comparó dos
concepciones de “cultura”, la alemana y la americana (mejor dicho,
estadounidense). Inició con la definición de cultura, la cual “equivale a
cuidado, del latín colere, y colere significa originalmente la
actividad del campesino, del agrícola, que establece una relación con la
naturaleza”. Si algo tiene en riesgo la existencia de la especie humana es su
relación con la naturaleza. Ya Marx advirtió el problema: la falta de
metabolismo entre el ser humano y la naturaleza crea una fractura.
Adorno analizó la cultura estadounidense como aquella depredadora de la
naturaleza, en la cual existe una “disposición habitual de los recursos
naturales a través de la técnica”, ¿no es acaso el fracking, la doctrina del shock
(como diría Naomi Klein) esa forma dominante de ver a la naturaleza? Esa es la
visión predominante. En la actualidad Estados Unidos consume más energía que
Europa. Mientras que, en la cultura alemana hay “cierta introspección e
interiorización del hombre (hoy tenemos que decir seres humanos) en virtud de
la cual se quiebra la violencia inmediata ejercida sobre la naturaleza” es una
especie de “cultura espiritual”. Para ver si esto tiene asidero en la realidad,
Alemania acaba de aprobar un plan de 54.000 millones de euros para luchar
contra el cambio climático A pesar de estos escarceos, la depredación de la
naturaleza a nivel mundial como resultado de una racionalidad moderna es la
imperante, así la mayoría de los países languidece entre el extractivismo y
otras formas de explotación.
Más allá de Adorno, los pueblos aurorales de Abya Yala tienen miles de
años relacionándose de otra forma con la Pachamama, eso supone una
relación más armónica. Diferente a la relación moderna e instrumental
establecida mundialmente a partir del “encubrimiento” (como señaló Enrique
Dussel en sus conferencias de Frankfurt en 1992) de Abya Yala en
1492.
Con el aggiornamiento del concepto cultura, vamos aproximándonos
a nuestro objetivo: “la función crítica de la cultura, ese remitir de lo
espiritual hacia la exterioridad de lo que simplemente es, resulta totalmente
desactivado o de tal modo neutralizado que apenas queda nada”. Bajo la maleza
del capitalismo están sus contradicciones, es imperativo sacarlas a flote, en
particular aquella en la que el sistema destruye sus fuentes de riqueza (los
seres humanos y la naturaleza). Para cambiar de rumbo es necesario tomar
conciencia de las contradicciones.
Nos cuesta enfrentarnos a la realidad, aún hay quienes no ven como un
problema inminente el calentamiento global. Por citar un ejemplo: una joven de
16 años, de la ciudad de Estocolmo cruzó durante 15 días el Atlántico para
llegar a la Cumbre sobre la Acción Climática celebrada en Nueva York, lo hizo
en el velero El Malizia II, a diferencia de un avión, un velero emite “cero
emisiones”. Esta joven se llama Greta Thunberg y hace varias semanas está en
huelga por “la falta de acción efectiva para combatir el cambio climático”
mientras los demás — dice ella — están discutiendo el final de Juego de Tronos.
Le estamos heredando un planeta destruido a las próximas generaciones.
Estas reflexiones adornianas en contexto nos llevan a lo que realmente
importa si queremos transformarnos: “permanecer en los pensamientos críticos en
vez de rendirse al poder de lo establecido”. Lo habitual es lo último. El
trabajo del concepto como una forma de resistencia (como nos diría Xabier Insausti
en Filosofar o morir, 2017) se hace
imprescindible ante tanta claudicación. Tenemos que desarrollar la agilidad de
Ulices para pasar por la isla dónde están las sirenas sin quedar encantados por
su canto (Odisea, canto XII, 40-50).
A modo de conclusión
Al menos en Adorno el concepto de cultura nos remite a pensamiento
crítico y este supone transformaciones. A propósito del recién creado
Ministerio de Cultura nos viene bien discutir el concepto de cultura. Muchas
veces no hacemos lo suficiente. Si nos mantenemos en diálogo con la teoría
crítica podemos ver algunas luces entre las grietas, estas nos pueden llevar a
las transformaciones necesarias. Pero también corremos el riego de estancarnos,
cuando cambian los gobiernos, pero se mantienen las mismas comunidades
(funcionarios, autoridades, intelectuales, profesionales) son difíciles las
transformaciones. Si las nuevas instituciones reproducen los vicios (entre el
elitismo, el amiguismo y el clientelismo) de las viejas, perderemos una gran
oportunidad colectiva para tejer horizontes alternativos para la transformación
de la sociedad.
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