La geografía y la historia ambiental de Panamá.* Ligia Herrera J., PhD [1]


Carl Sauer, gran maestro,  señaló dos cosas de principal importancia para quien se dedica a la Geografía.  Una, que el presente es solamente un punto en la vida y que para entenderlo es necesario retrotraerse al pasado. La otra, que el geógrafo que investiga debe tener siempre presente en su razonamiento, cualquiera que sea el área de su investigación, que los dos grandes campos en que se divide la Geografía, la Geografía Física y la Geografía Humana, son inseparables pues se influyen recíprocamente. A su vez, desde el inicio de mis estudios de Geografía en la universidad,  mi sabio profesor Ángel Rubio me enseñó que la Geografía es la ciencia de las interrelaciones por excelencia.
            Armada con estos conceptos, he tratado de estudiar y de entender  esa estrecha faja de tierra que es mi país, el Istmo de Panamá.  En ese empeño necesariamente tenía que descubrir la importancia  del estudio de  su historia ambiental.
            Hasta hace unos quince millones de años  una fuerte corriente marina fluía  libremente entre los hoy denominados océanos Atlántico y Pacífico.  A partir de entonces, y como consecuencia de la interacción de las placas Nazca y Caribe, comenzaron a surgir del fondo del mar islas volcánicas en todo el sector Oeste de lo que es hoy el Istmo de Panamá; la parte oriental del Istmo, a su vez, paulatinamente se elevaba  como consecuencia de movimientos de subducción. El levantamiento total del Istmo ocurrió lentamente, produciéndose etapas de grandes diferencias en el nivel del mar que lo rodea.
Hace tres millones de años  el proceso de conformación del Istmo estaba prácticamente terminado. Existían aún dos canales que permitían la circulación de las aguas marinas de uno al otro mar:  uno en la parte central  y el otro en la oriental, en lo que  hoy es Darién.  Movimientos isostáticos, la erosión y la sedimentación acabaron por cerrar estos canales.  Pero la huella de ellos quedó clara.  La del primero constituye hoy el sector más estrecho del Istmo y también el de menor altura de la cordillera que lo recorre  en toda su extensión; a lo largo de ella corre un río caudaloso, el Chagres, que desemboca en el Atlántico y,  prácticamente a igual grado de longitud geográfica, el Río Grande, de menor dimensión que el anterior, corría hacia el Pacífico.  La huella de este canal habría de marcar en forma definitiva el destino del Istmo. Por ella, y utilizando sus  ríos, se construyó el Canal de Panamá.
  El segundo canal parece haber sido el último en cerrarse.  Allí la zona baja y pantanosa que se continua al otro lado de la frontera en los pantanos del vecino río Atrato de Colombia, da evidencia de este hecho.  Se ha indicado que fue en esta zona donde ocurrió la sutura final del Istmo con la América del Sur.
            Al unirse el Istmo con  América del Sur lo convirtió en puente biológico terrestre que permitió el tránsito hacia el Norte y hacia el Sur de animales y de plantas de ambas procedencias.  También lo utilizó el hombre en su largo viaje de colonización hacia el Sur de América.
No se conoce el momento en que el hombre llegó al Istmo.  Pero si hay evidencias[2] de su presencia en él hace 11.000 años.  Minuciosos estudios  paleobotánicos del sedimento del fondo de lagos, respaldados por investigaciones arqueológicas, realizados en Panamá por Dolores Piperno en unión de otros colegas del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, han arrojado luces muy importantes para el conocimiento y comprensión de los cambios  que han  sufrido los bosques  y de la relación hombre-bosques durante el período prehistórico e histórico temprano del istmo panameño. [3]  Todo parece indicar que aquellos primeros  habitantes no eran más que bandas trashumantes de cazadores que a más de utilizar herramientas muy rudimentarias como lanzas, raspadores y cuchillos para matar y descuartizar mamíferos hoy ya desaparecidos, sabían utilizar el fuego.
            A pesar de la limitada superficie del Istmo de Panamá y de tratarse de un país tropical que en teoría - no en la práctica -, tiene una gran uniformidad en su clima, su flora  y su fauna, resulta imprescindible tomar en cuenta la variabilidad espacial con que se refleja, por una parte, la manera como el hombre se adapta a las condiciones  del ambiente en que reside, y por otra, la huella que en él ha dejado la historia social que le ha tocado vivir.  En este sentido resulta un gran acierto el que Piperno haya podido realizar sus investigaciones en dos lagos ubicados en regiones bien diferenciadas física y  socialmente:  el lago La Yeguada, ubicado  en la parte centro occidental del país,  y el lago o laguna de  Matsugantí al Este del país, en Darién, cercano al límite con Colombia. Pese a lo ilustrativa que resulta la comparación de los resultados obtenidos en estas dos investigaciones, en este trabajo se hará referencia exclusivamente,  por razones del tiempo concedido a las exposiciones, al caso de La Yeguada que registra los datos más antiguos y se refiere a una región de mayor amplitud superficial.
Conviene señalar que la cordillera que recorre nuestro país, alcanza grandes alturas  en el extremo Oeste y lentamente va en descenso hasta alcanzar las mínimas, como ya se ha indicado, en la zona en que se ha construido el Canal de Panamá. Luego retoma altura pero nunca llega a alcanzar las proporciones de la parte occidental.  En su recorrido divide al país en dos vertientes, la Norte, más lluviosa y húmeda en virtud de recibir en forma directa los vientos del Noreste cargados de humedad y en consecuencia, cubierta con una rica vegetación. La vertiente del Pacífico mucho menos lluviosa y más amplia y en la que se ubican dos volcanes ya extintos.  En el piedemonte cordillerano de esta vertiente se encuentra ubicado el lago La Yeguada.
El trabajo de la investigadora Piperno se basa principalmente en el análisis de microfósiles de polen y de fitolitos   presentes en el sedimento del fondo de lagos. Allí  fueron depositándose sucesivamente a lo largo del tiempo por las corrientes de agua  y  por el viento. formándose capas de las cuales las más antiguas quedaban debajo. Este material  extraído mediante un tubo metálico en el que se conforma como una larga masa cilíndrica de sedimento,  es estudiada en sus diversas capas determinándose las fechas aproximadas de las mismas mediante el método del Carbono 14. 
En La Yeguada , a partir de 11.000 años antes del presente, (a p.) además de describir los cambios que  fue experimentando la vegetación como consecuencia de las variaciones climáticas de finales del Pleistoceno y el inicio del Holoceno, Piperno señala la súbita aparición de carbón  y vestigios de maleza, lo  que  considera ser consecuencia de la actividad humana que perturbaba el medio preexistente. El hecho de que esta perturbación aparezca repentinamente y  continua en   incremento posteriormente,  no es, indica Piperno, un patrón que sugiera que se trata de carbón derivado de fuego provocado por la naturaleza sino mas bien por la actividad humana. 
Durante miles de años subsiguientes las evidencias que indican deforestación y perturbación del medio continúan en aumento, especialmente con la desaparición de especies arbóreas y el aumento del carbón y las malezas. Todo parece indicar que hace uno 8.600 años los habitantes habían empezado a cultivar algunas plantas nativas.
Sin embargo, el hecho de mayor trascendencia en la alteración del medio ambiente ocurrió en Panamá hace unos 7.000 años.[4]   Aparecen por primera vez  fitolitos y polen del maíz en dos refugios humanos, que al ser datados dieron fechas de 7.000 y 7.100 años a.p. Si bien podría tratarse inicialmente de una raza primitiva de maíz, alrededor de los 4.000 a.p., ya sin duda alguna se trataba del maíz actual.  La combinación,  cultivo del maíz-aumento de la población-deterioro del medio, que ya era evidente, se  acentúa y se intensifica con el correr del tiempo. Las muestras de sedimento indican la disminución constante  de árboles típicos de un bosque maduro, el crecimiento de especies secundarias aumenta, niveles de carbón que fluctúan pero permanecen altos, indicando todo ello  una  agricultura de tala y quema.
La continuación de este sistema produjo  un paisaje deforestado, con especies secundarias  escasas y  suelos deteriorados  llegando tal punto como resultado de miles de años  de intensificación de la agricultura.  Para la época de Cristo, explica Piperno, la agricultura fue abandonada en la cuenca del lago. Esta situación, opina, puede haber sido una de las causas de que la población, que antes se ubicara dispersa y en pequeños grupos familiares en  tierras altas, las abandonara y   se  estableciera en los valles de los ríos, dando origen así  al inicio de la vida sedentaria en pequeños asentamientos.[5]   Los asentamientos humanos ubicados en planicies aluviales de ríos y planicies costeras fluviales se hicieron comunes. En ellos se han encontrado herramientas  más elaboradas que facilitaban la labor del desmonte de una vegetación aquí más abundante dadas las condiciones de mayor humedad en los suelos. También se encontraban abundantes restos de maíz [6]
 Las áreas abandonadas habían llegado a tal grado de deterioro que los árboles prácticamente desaparecieron. Los altos niveles de fitolitos de hierba quemada eran indicadores de fuegos periódicos como resultado de la presión humana sobre los suelos.  De esta manera el paisaje se convertía en uno de sabanas. Estudios arqueológicos indican una situación de deterioro ambiental muy similar en otras partes de esta región Suroeste del Istmo.
No obstante, alrededor de 350 años a.p. los sedimentos del lago muestran un panorama totalmente diferente:  los árboles reaparecen repentinamente, mientras los vestigios de carbón y los rastros del maíz prácticamente no existen.  Todo parece indicar que en la región ha ocurrido una significativa disminución de la población indígena. Olga Linares indica que[7]: “Asumiendo que tomó entre 50 y 100 años para que los bosques maduraran lo suficiente como para aparecer en los registros microfósiles,” aquello que motivó este drástico cambio en el ambiente debió ocurrir a mediados o finales del siglo XVI.  Tanto ella como Piperno concuerdan que se debió a  la llegada al Istmo de los europeos y a la secuela de enfermedades, persecuciones, matanzas y trabajo forzado  que trajo consigo y que diezmó  la población indígena.
Unos cien años después el bosque dio muestras de ser intervenido.  Las amplias sabanas que los españoles encontraron cubiertas por maizales y otros productos de la tierra ya parecían insuficientes para el ganado, que habiendo sido introducido en Panamá en 1512 y criado en soltura, se había multiplicado en forma impresionante. Toda la tierra parecía insuficiente para la expansión de la ganadería, y los bosques premontanos comenzaron a ser destruidos para convertirlos en pastizales.   De esta forma los nuevos bosques de La Yeguada, cercanos a las minas de oro de Concepción y Santa Fe puestas en explotación por los nuevos colonizadores, pronto fueron intervenidos,  destruidos y convertidos en sabanas para el ganado, que también ocupó cerros y cañadas.
La  cultura ganadera  recién introducida repercutió de manera muy importante en los aspectos ecológicos y sociales en toda la región Suroccidental del Istmo. La erosión fue enorme; de manera diferencial  labraba profundos surcos en las laderas de suaves declives de los volcanes, en las áreas del piedemonte cordillerano y otras  no aptas para ese  uso.  A ello habría que añadir  la compactación de los suelos por su reiterado uso durante siglos en esa actividad  bajo técnicas primitivas.
Surgida la ganadería desde sus inicios como actividad  de los poderosos, manejada por los que no lo eran, a más de la existencia del latifundio generalizado, creó la figura del “señor” al que había que rendirle pleitesía. Se conformó en toda la región una clase social agropastoril, cerrada, aristocrática, conservadora y endogámica, como medio de mantener en el entorno familiar “la pureza”, la riqueza y el poder, que por lo general también se tradujo en poder político y comercial.  Rasgos de esta composición de la sociedad rural panameña aún pueden apreciarse, y fueron muy claros y evidentes todavía a principios de este siglo. No obstante el mundo rural de Panamá continúa siendo uno de grandes diferencias sociales y económicas, básicamente ganadero y deforestado en donde, a pesar de los esfuerzos educativos de los últimos decenios, el árbol se aprecia principalmente por el dinero que puede redituar.
La historia de la Yeguada debe guardar bastante similitud con la de otras regiones y otros países de nuestra América  tropical.  La Historia Ambiental que nos ayuda a dilucidarla también nos da los medios para proyectar el futuro.  Ojalá sepamos  utilizar sus enseñanzas.



* Ponencia presentada en el II Simposio Latinoamericano y Caribeño de Historia Ambiental. La Habana, 2004.
[1] Panamá, 1918. Licenciada en Geografía e Historia, Universidad de Panamá, 1960; Doctora en Geografía, Universidad de Chile, 1965. Pionera en el estudio del desarrollo urbano en América Latina. Autora del primer Atlas de Salud de la República de Panamá (1970), y del estudio Regiones de Desarrollo Socieoeconómico de Panamá, en sus ediciones de 1980, 1990 y 200.
[2] Cooke Richard.  “El período precolombino”, en Visión de la nacionalidad panameña-  La Prensa, 1991.                                             
[3] Piperno, Dolores. “Paleoenvironments and human occupation in late-glacial Panama”. Quaternary Research. Volume 33,  Number 1, January 1990.
[4] A decir de la antropóloga Olga Linares en “Poblaciones Humanas y medi ambiente: Pasado y presente”, en la separata Naturleza TropicalLa Prensa, septiembre 1999, “La distribución de las especies de hierbas salvajes que probablemente fueron ancestrales a esta planta, y datos genéticos indican que el maíz se originó en las tierras bajas de México.  Sin embargo, hasta el momento, los rastros más antiguos de este cultivo identificados con seguridad, en México  datan solamente de 5300 años atrás.  La presencia del maíz en Panamá en una fecha tan temprana indica su domesticación y sugiere que su propagación a áreas fuera de México comenzó mucho antes de lo supuesto.
[5] Piperno, Dolores y otros. “Paleoecological perspectives on human adaptation in central Panama.”  The holocen. Geoarchaeology: An  international journal. Vol. 6, No. 3, 1991 by John  Wiley & Sons, Inc.. 
[6] Cooke, R. G. “Archaeological research in central and eastern Panama:  A review of some problems”, in F. Lange and D. Stone, Eds.  The archeology of lower Central America, pp. 263-302 Alburquerque: University of New Mexico Press, 1984.
[7] Linares, Olga, opus cit.




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