El “deber” de las humanidades[1] – Abdiel Rodríguez Reyes


Para deshilvanar el “deber” es indispensable trabajar sobre el concepto. En este bregar seguimos a Hegel cuando señala que “a los verdaderos pensamientos y a la penetración científica sólo puede llegarse mediante la labor del concepto”. Hacer historia del proceso que ha llevado a las humanidades a ocupar el lugar que tienen, es prioritario. En términos generales el objeto de estudio y eje principal de las humanidades es el ser humano –en todas sus dimensiones–.
En el mundo griego, La Academia, El Liceo y El Jardín eran pequeños espacios para la élite de la época que tenían acceso a estas temáticas. Un caso particular era el de Sócrates, que enseñaba por las calles de Atenas; incluso su última clase la dio en la cárcel, antes de tomarse la cicuta. El Medievo estuvo marcado por la escolástica, el estudio de la medicina, el arte, las leyes y los cánones. La situación toma otro rumbo cuando la Iglesia es acusada y pierde fuerzas. En el siglo xvi decae la escolástica, en el momento en que la reflexión moderna empieza a desplegarse con fuerza durante varios siglos. A partir del siglo xix, las universidades se convierten en la parte vertebral de la sociedad, timoneadas por las demandas del sector industrial. Del siglo xx a los inicios del xxi, las humanidades comienzan a ser un obstáculo para los gobiernos, peones de la sociedad de mercado; de los programas curriculares se disminuyen los contenidos humanísticos (filosofía, arte, ética e historia, entre otros.). Esto se acentúa cuando los gobiernos promueven una educación, solo al servicio de las necesidades de la sociedad de mercado. Lo que requería este tipo de sociedad era a un buen empleado, obediente, eficiente, productivo y competitivo; por tanto, se educó en esa dirección. De modo extraño, la educación se ha atomizado en esa fórmula, lo demás ha quedado marginado.
Hemos perdido el valor de la vida misma e implementado el de cambio, donde solo importa lo material. Así como se perdió el mérito de la vida, también se perdió la importancia hacia los otros. Las muestras empíricas están registradas en cualquier periódico mediamente informado, acerca de los altos niveles de violencia y el poco valor hacia el otro.
En cuanto al valor de lo humano, –la vida, sustento material de las humanidades–, si no tenemos una concepción de referencia, perderemos el rumbo al no tener la capacidad de cohabitar con el “otro” de forma coherente. Esto es una primera aproximación al deber de las humanidades. La manera más democrática es este debate a la agenda pública.
Buena parte de lo que ocurre indica que estamos en medio de una crisis estructural - civilizatoria. Mészáros diría la “crisis estructural del capital”, con este horizonte se puede perder el rumbo de unas humanidades con capacidad de encarar los problemas de este siglo; si no tenemos claro, conceptualmente, las batallas que hay que librar, perderemos la guerra contra el espíritu de la época.
No se trata de especular sobre lo que “debe ser” (futurismo) o “cómo deben ser” las cosas, no se trata de dar recetas. Las humanidades tienen un compromiso que no se ha materializado por el desconocimiento de su propio desarrollo histórico y por estar ausente de la discusión en los puestos de mando, donde se toman las decisiones de la gestión públicas, por ejemplo en educación, donde esta debe pensarse de forma integral: tecnológica, científica y humanísticamente.
En cambio son las instituciones de la globalización, la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, según Joseph Stiglitz, las que nos indican cuáles son nuestras necesidades; donde las humanidades no forman parte de las prioridades del mundo moderno, no tienen cabida en las prioridades educativas de muchos gobiernos y, por otra parte, se presentan como ajenas a la cotidianidad del ser humano.





[1]  Versión impresa: Rodríguez, A., 2015. El deber de las humanidades. La Estrella de Panamá , 23 1, p. 15 a.

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