Cultura, clásicos y pensamientos críticos. Por: Abdiel Rodríguez Reyes
La
definición de cultura propuesta por Theodor Adorno nos ayuda a comprender la
importancia de la misma en un país como el nuestro, dónde lo efímero es lo cotidiano
y lo sustantivo exótico. En Adorno, “cultura equivale a cuidado, del latín colere, y colere significa originariamente la actividad del campesino, del
agrícola, que establece una relación con la naturaleza y su cuidado”. Adorno
está pensando desde un ámbito alemán comparándolo con el estadounidense, pero,
no le quita un ápice de relevancia para problematizarlo en nuestro medio. Este
pensador alemán, resaltó la importancia de la cultura como cuidado, en términos
espirituales, a saber: “introspección e interiorización” del ser humano, con
respecto a las formas, — además de la naturaleza —, del arte, las ciencias y
las filosofías. En definitiva: la riqueza del pensamiento, su cuidado y cultivo.
En ese sentido, es necesario cuidar y cultivar sus formas de manifestarse. No
hay que olvidar lo difícil de acometerlo, cuando nuestras instituciones son
como el uróboros, serpiente o dragón que se come su propia cola que, además,
forma un círculo vicioso en su autodestrucción.
Una
de las tantas formas de cultivar y cuidar nuestra cultura, es recurriendo a
nuestros clásicos. En Panamá, tenemos los nuestros: Justo Arosemena, Ricaurte
Soler, Carmen Miró, Diana Moran, entre otras y otros. Italo Calvino nos marcó
el derrotero en el cual podemos entender a los clásicos como “libros que
constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen
una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez
en las mejores condiciones para saborearlos” y, además, “Un clásico es un libro
que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. La lectura de los clásicos es
una herramienta factible para prepararnos prospectivamente. Conocer nuestro
pasado y a los clásicos, muchas luces nos pueden ofrecer en estos momentos de
tinieblas. La lectura y la reflexión concienzuda se vuelven medulares en nuestra
cultura, entendida como cuidado y cultivo. No hay mejor alimento para nuestro
espíritu que adentrase en los clásicos. Así, la definición de cultura de Adorno
cobra sentido para nuestro medio. Si no se trabaja en esa dirección, la
sociedad se enajena, como suele suceder y, la pobreza cultural y de espíritu,
la domina en su propia negatividad.
La
cultura va de la mano con la realidad. De lo contrario es ficción, puede ser
bien intencionado, producto de elucubraciones abstractas sin fundamento
histórico y factibilidad. El estudio, la erudición, la socialización del
conocimiento tiene que serlo en función de potencialidades efectivas y
prácticas, a partir de nuestras experiencias históricas y vivenciales. En el
mundo al revés lo enriquecedor no salta a la vista y lo empobrecedor adquiere
relevancia, siempre hay que darle el giro a lo evidente.
Según
un reciente muestreo del Barómetros de las Américas sobre el “Orgullo por la
nacionalidad en las América”, los y las panameñas están muy orgullosos de su
nacionalidad, lo que esto signifique. Tienen un 91.0% de “mucho” orgullo por la
nacionalidad panameña, con respecto a un 43.5 % que sienten los estadounidenses
por la de ellos. La muestra se tomó entre el 2016 y 2017. Quizá con la white supremacy de Donald Trump, el
porcentaje haya cambiado. Ese orgullo tiene que manifestarse en lo que resulta
exótico para algunos, pero sustantivo para todos. Nuestra historia, arte y filosofías,
en fin, manifestaciones del espíritu, las cuales tienen que cuidar y cultivar.
Todo
esto tiene sentido, si es en función de la producción de un pensamiento crítico
como resultado de nuestra cultura e intento de emular y superar nuestros
clásicos. Así, tejemos la relación: cultura, clásicos y pensamientos críticos.
Por pensamiento crítico entendemos, como bien lo definió Alberto Saladino
García: “todo planteamiento intelectual producto de análisis, interpretaciones
y problematizaciones racionales acerca de las manifestaciones de la realidad,
sus fenómenos, situaciones e ideas, para generar cuestionamiento, juicios y
propuestas orientadas a la promoción de cambios y transformaciones en beneficio
de la humanidad”. Si no se cuenta con estos aspectos, no es pensamiento
crítico. Sin ambages: los pensamientos críticos, en el sentido antes expuesto,
no están dados. Para ello, es necesario el trabajo del concepto.
Para
concluir, señaló Adorno: “en realidad lo que importa es […]
permanecer en los pensamientos críticos en vez de rendirse al poder de lo
establecido”. A eso apuntamos, cuando intentamos hilar una relación que va
desde la cultura, entendida como cuidado y cultivo; hacia los pensamientos
críticos, pensando en términos transformadores; pasando por la lectura de los
clásicos, como aquellos libros que nunca terminan de enseñarnos sus virtudes
para un mundo mejor.
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